21 julio 2006
18 julio 2006
Extremos de espalda no
En el pasado Mundial traté en varias ocasiones el tema de las bandas y los extremos. Es un tema que trataré en numerosas ocasiones, pues hasta que alguien me demuestre lo contrario siempre defenderé que el fútbol son las bandas.
Ahora quiero centrarme en la posición de recepción del balón de los extremos. Me fijé en Ribery, para muchos la sensación de Francia y casi del Mundial (para mí lo fue más su compañero Malouda). Voy a tratar de ilustrarlo:
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Le ví que tenía el vicio, porque lo hacía casi siempre, de recibir el balón de espaldas a la portería, con el rival pegado a él. En esta situación pocas veces salía triunfante. Como le hubiera pasado a cualquier otro. Si prueba salir a su derecha, hacia el centro, la acumulación de jugadores y la cobertura del defensa central le obligan a hacer un control 100% perfecto. Si prueba hacia la izquierda, tiene que tratar de girarse si el defensa le deja. Para cuando pueda encarar al lateral habrán pasado más de 10 segundos, seguramente hayan llegado defensores en la ayuda, le hayan achicado espacios y no tenga otra salida que jugar hacia atrás para salvar la posición.
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En este caso, el extremo ha ganado 2-3 metros para recibir la pelota. Si el defensa le sigue hasta la banda (error del defensa) le quedará completamente libre el espacio para un pase al hueco a la espalda del defensa o para realizar un movimiento en diagonal por delante del lateral. Si el lateral viene a banda y el central bascula para cubrir el espacio, se quedará un hueco para el delantero centro. Y si el lateral hace lo que tiene que hacer, manteniendo su posición, al extremo siempre le quedarán esos 2-3 metros para recibir con tiempo suficiente para encarar en un uno contra uno.
En los gráficos se ve bastante bien la diferencia entre pedir el balón de una forma o hacerlo de otra. Y si no, ver los videos del mejor Figo en Barcelona. El delantero debe tratar de colocarse siempre de tal forma que la pelota quede entre él y la portería, encarando a esta última. Para mí esa es la mejor cualidad de Ronaldo, incluso por encima de su definición. El gol al Manchester United en Old Trafford, a pase de Guti, es un buen ejemplo sobre ello.
Aquí dejo 'el video'. Espero que se entienda.
13 julio 2006
Reconozco el error, pero no me arrepiento
12 julio 2006
Entrenadores que dimiten
Eso es fútbol
Viejo con árbol.
A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos canchas, la chica y la principal.
Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo. Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada para hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga.
Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos. Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con los mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los autos.
- Ojo con la vía- alertaba Jorge mientras se cambiaban.
- No pasan trenes, casi – tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.
- ¿No vino la hinchada?- ya preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejo-. ¿No vino la barra brava? Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.
- La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá- bromeó alguno.
- Por ahí es amigo del referí –dijo otro. Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors.
Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba más del calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel. A unos metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha.casi a desgano, aprovechando para desperezarse cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referí-, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante creca, como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.
El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción.
- ¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro?- medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.
- No –sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatado-. Música-dijo después, mirándolo de nuevo.
- ¿Algún tanguito?- probó el Soda
- Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora.
El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarle a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.
- Pero le gusta el fútbol –le dijo-. Por lo que veo. El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.
- Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte –dictaminó después -. Muy emparentado.
El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.
- Mire usted nuestro arquero –efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra-. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales –se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba -. Bueno... Eso, eso es la escultura...
El Soda se adelantó dubitativo.
- Vea usted –el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner –el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los muslos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.
Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando el viejo arreció.
- Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...
El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.
- Y escuche usted, escuche usted... –lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido-... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, las alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música...
El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.
-Y vea usted a ese delantero... -señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado-... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro.
El Soda se tomó la cabeza.
-¿Qué cobró?- balbuceó indignado
- ¿Cobró penal? –abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha-. ¿Qué cobrás? –gritó después desaforado-. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te reparió?
El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.
-... ¿Y eso? –se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.
-Y eso... vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra-... Eso es el fútbol.
Roberto Fontanarrosa.
11 julio 2006
Italia
07 julio 2006
Los centrales y el suelo
Tuvimos ocasión de comentarlo el día que Francia eliminó a España, en la jugada del primer gol, cuando Pablo sale tarde y mal a achicar a Vieira, yendo al suelo más por desesperación que por convicción.
No me gustan los centrales que van al suelo sistemáticamente. Un central sólo tiene que ir al suelo en situaciones extremas, cuando ve que o se tira al suelo para sacarla o no va a llegar. Y ello porque un central en el suelo implica un alto riesgo para su equipo si no corta: o cometerá falta o será superado dejando vía libre al delantero, pues al quedarse en el suelo no puede seguir forcejeando con él para, al menos, molestarle. Volvió a ocurrir en el Francia-Portugal, con el desastroso resultado para Portugal de que Carvalho se encontraba dentro del área. Fue una imprudencia temeraria, ante un jugador con la elasticidad de movimientos de Henry. Carvalho pecó de confianza: Pensó que le había adivinado las intenciones y por eso fue al suelo, sin contar con que Henry no es ningún principiante, todo lo contrario. No le quedó más remedio que hacerle penalty.
Cuando un central va al suelo debe hacerlo sabiendo que ahí debe acabar esa jugada, para bien o para mal. Asumiendo todo lo que ello significa. Hay jugadores tipo Helguera o Carvalho que van al suelo como un vicio. Y hay otros como Thuram o Cannavaro que no necesitan ir al suelo y, cuando lo hacen, más vale apartarse para que no te pille la locomotora. Cada uno que elija a cuál de ellos prefiere.
Por cierto, espero que hayan jubilado al cerebro del R. Madrid que desestimó el fichaje de Cannavaro y se trajo a Samuel y a Woodgate. Ah! Me olvidaba de que esto es España y aquí todo el mundo tiene una excusa para no asumir los fracasos. El último Luis Aragonés. Me imagino la cara de Pekerman (Argentina): Él sí dimitió y eso que cayó en cuartos, en los penaltys, ante Alemania.